Se trata del texto que aparece al inicio del libro (después de la página de dedicatoria) donde un autor destacado elogia la obra, resalta sus virtudes y explica por qué es relevante. Contribuye a dar prestigio y credibilidad al texto principal e incentivar el interés de los lectores.
Aunque su extensión es muy variable suele comprender entre 500 a 1000 palabras.
A veces pienso que la lengua castellana, con toda su complejidad, se quedó corta para plasmar sobre el papel el mundo interno de esta poeta, tal es la rebeldía con que, a regañadientes, se acerca a su normativa. Con Eliana, concluí que no hay un idioma humano capaz de contener el estallido de una emoción tan descarnada. Su pasión, su alarido, su verdad sin ambages revienta todas las costuras del corsé académico. Ser y leer a esta escritora exige una libertad intelectual para la que, quizá, no todos estén preparados. Sin embargo, hoy celebramos que nos permita aventurarnos en este viaje desconocido compartiendo, en un libro, sus coordenadas, donde podremos, como mínimo, alcanzar una estimulante experiencia estética, recreándonos en sus desconcertantes y evocadores paisajes. Eso sí, para ello, nuestra autora hubo de superar una injustificada timidez a publicar, rendida, por fin, al apremio de quienes conocemos lo sugerente, transgresor y conmovedor de su pluma. Esa que sedujo, sin influencias ni amiguismos, al exigente jurado del más insigne concurso literario viñamarino, aquel conquistado por los mismísimos Neruda y Mistral en anteriores ediciones.
Y si le falla el arrojo con que armar su obra, se revuelve y lo despunta con este magistral giro de su poema “Mi libro”:
Me pides estar en esas raíces
en esas líneas obtusas
curvándome la respiración hasta la piel
quemándome una distancia
de días que no hacen viento
ni lluvia en mi palabra.
Para una editora geminiana, controladora y estructurada como quien escribe, poseída por el espíritu de algún ortodoxo miembro de la RAE y anhelándola, pero aún lejos de tal perfección, fue todo un desafío ajustar el texto a unos parámetros aceptables para cualquier letrado, sin afectar un ápice la expresividad que proyecta su deshilvanada construcción. Finalmente, y es lo que sugiero al lector, solté mis limitaciones mentales y me dejé llevar por las olas de lo intuitivo, lo subjetivo, lo simbólico y lo psicomágico que entrega esta obra. Eliana nos invita a trascender “lo que debiera ser” para entrar en “lo que es” y en ese viaje cuántico, al margen de paradigmas impuestos, te sumerge en la esencia de este escenario holográfico que es la vida. Lluvia, árbol, ola, niebla, nube, pájaro, hoja, aire, mar, viento, fuego, nieve, noche y día, luz y sombra, leitmotiv en estas páginas, se convierten en vehículos de las confesiones de una mujer que quedaría muda sin ellos, pues aportan, desde su aparente caos o misterioso equilibrio, un refugio seguro ante quien huye de revelar su intimidad de forma explícita. La naturaleza, una vez más, como fractal de nuestro cosmos interno.
Camino por los sueños esquivos
de esa luz vertida en alas mojadas
recorro brillante las hojas
de tu ángulo resbaladizo
aquellas que pierden la mirada
devuelta hacia el viento.
“Me cuesta mucho leer esto en voz alta”, reconoce la autora. Y no le ocurre por falta de cualidades declamatorias, siendo docente y mediadora, sino porque, en sus poemas, Eliana hace un exhibicionismo feroz de sus escarmientos sentimentales. Si alguien se desnuda sin vergüenza, es que no está mostrando su verdadero (débil, contradictorio, mediocre, cobarde o confundido) ser. Pero nuestra autora salta al acantilado de lo público para desvestir, por primera vez en papel, los rabiosos entresijos que la habitan. Y si bien, se protege de hacerlo abiertamente, ella es muy consciente de lo que está revelando, como también lo descubrirá el lector perspicaz.
A veces estoy ciega
y la luz insiste en inundar el rincón
de mi lado mudo.
No solo hay pudor, sino también distinción y buen gusto en la elección que la autora hace de su léxico y metáforas. Nada te recuerda a nadie, nada es manido ni recurrente. Y si bien, se impregna de influencias poéticas ajenas, nunca deja de navegar en su propia barca, la de su antojadizo uso de la gramática, la métrica, el tiempo verbal, la puntuación o la rima. Una barca, como verán, hecha de paja, piedras, humo, arena y cualquier material con el que nadie construiría un bote, pero que flota, no exenta de vaivenes y, sin embargo, con indiscutible solvencia expresiva. Eso es, entre otras genialidades, lo que maravilla de la obra de Eliana Caro, su reconocible personalidad en un terreno, el de la poesía de la era tecnológica, fértil para lo superfluo, homogéneo y previsible.
Quiéreme antes de conocerme
antes de saber que eres tú
el amparo que guardo en un nido solo.
Esta servidora agradece a la poeta desbaratar sus estructuras y abrirle senderos hacia la infinitud de posibilidades expresivas que tiene nuestra lengua. Al igual que no existe una pintura abstracta para unos ojos que saben leer el dolor, la alegría, la ansiedad, la tristeza, la rabia, la duda o la desesperación en sus colores y formas, tampoco hay secretos en unos versos tan visceralmente conectados con las más universales emociones humanas. Por eso, querido lector, suelta todo lo que creíste que era poesía, que era literatura, que era el canon y sumérgete en un viaje catártico por los rincones ignotos de la lengua castellana, de la mano de una poeta valiente, elegante y genuina como sólo las más grandes supieron serlo.
Mireya Machí.
Escritora y editora.
Rancagua, marzo 2022.